Las dos casa de Israel

Las dos casa de Israel

Toraradio.co

martes, 11 de agosto de 2020

 Un mundo nuevo

“Nuestro planeta es lo suficientemente rico para sustentarnos a todos. Y, ¿por qué necesitamos esta trágica lucha de vida, que enturbia nuestras vidas desde hace generaciones?” 
Baal HaSulam, periódico “HaUmá” (La nación)

El coronavirus nos dejó en casa y nos hizo ver cómo el mundo podría verse diferente. Obviamente, no estábamos preparados para tal sorpresa que repentinamente nos conmocionó, pero con el tiempo encontramos cierta gracia regresar al seno familiar. Estos momentos de reír juntos, escuchar tranquilamente lo que nuestros seres queridos tienen que decir, conectarse con sus preocupaciones, esperanzas, dolor, valen la pena. Cuando observamos ese mundo en el que vivimos hasta la llegada del coronavirus, como si nos estuviera guiñando un ojo desde lejos astutamente y amenazando con volver con toda su potencia, se nos da una oportunidad única de pensar: ¿Estamos interesados en regresar a él? De hecho, ese mundo no se formó con base a las necesidades personales o de nuestros hijo s , sino en las reglas del sistema económico que moldeó el egoísmo humano. Traba j ábamos desde la mañana hasta la noche, encontrándonos con nuestros hijo s y cónyuges cuando ya estábamos impacientes al final de un día agotador, pues de lo contrario, no podríamos ganar suficiente dinero para todos los gastos que se convirtieron en una carga sobre los hombros. La economía moderna se basaba en la cultura del consumo: producir cada vez más, impulsar los mercados, además de ofertas especiales en la caja de pago. Lo principal: aumentar las ganancias, ampliar los mercados, ordeñar a más consumidores sofisticadamente. Cambiamos el auto, la cocina y el departamento, y compramos otra camisa y otra chaqueta y otro vestido. Y otro viaje al extranjero, y otra velada en el restaurante. Nos hizo bien, fue agradable, porque estábamos acostumbrados a que estos fueran los placeres de la vida, y eso se ha considerado éxito. Los símbolos de estatus nos han hecho trabajar duro, ganar mucho dinero y luego disfrutar. Vacacionar en los lugares más bellos del mundo, pero siempre regresar para seguir corriendo. Esclavos de este método de vida. De repente, surge el coronavirus y lo congeló todo. Siéntense en casa, que nadie se mueva. Por la fuerza, comenzó a reorganizar todo. Según como se acostumbra en la limpieza antes de la festividad judía de Pésaj, vino a limpiar la vieja rutina de vida, desechando todo lo que no necesitamos y revelando lo que necesitamos, lo que es esencial y lo que es menos. Este virus nos llega como un tsunami y nos cambia. Cada vez más y más personas comienzan a preguntarse: ¿qué es realmente valioso para nosotros en esta vida?, ¿en qué mundo queremos vivir?, ¿cómo deben formarse la sociedad y la economía para brindarnos una felicidad sostenible?, ¿el objetivo debe ser incrementar las ganancias sea como sea? En la vieja percepción, el valor sagrado era: producir, consumir y desechar. Tanto como fuese posible, para mover las ruedas de la máquina. Pero cuando nos sacaron a un receso por un tiempo, dándonos momentos de tregua de todo el ajetreo y el bullicio, se dispuso un espacio para cosas más significativas: contacto, calidez, amor. Tuvimos tiempo para conectarnos más profundamente con nuestra familia, pudimos prestar atención a nuestros vecinos y amigos, preguntar cómo están todos y escuchar la respuesta. Ofrecer el hombro, abrir el corazón, temer juntos, emocionarnos . Ahora tenemos que pensar: ¿cómo construimos un mundo en el que sea bueno vivir? Un mundo con relaciones positivas, cuyos sistemas ayudarán a lograr la felicidad compartida. Imagine por un momento cómo se verían los medios y la política, por ejemplo, si elimináramos los elementos de la competencia destructiva y los intereses privados. Y la verdad es que esto no es una ilusión, sino una situación en la que no tenemos otra opción. Cambiar las conexiones entre nosotros es algo que se requiere de la estructura de la naturaleza y la tendencia del desarrollo. La falta de comprensión de las leyes de la naturaleza y la acción en contra de ellas provocará reacciones que nos obligarán a adaptar nuestro modo de vida a la integralidad de la realidad, como sucedió con la aparición del virus. Un mundo fundamentalmente nuevo solo puede ser un mundo donde las personas aprenderán a relacionarse entre sí a medida que se relacionan con ellas mismas. Por supuesto, esto es sobrenatural, pero por esa misma razón, la sabiduría del método de conexión de la Cabalá fue descubierta en nuestra generación, y no es este el sitio para detallar sobre ella. Cuando una conexión verdadera se convierta en el valor supremo al que aspiramos, a medida que aprendamos a cultivar nuestras conexiones integrales, la consideración, la ayuda y el amor entre nosotros, sentiremos que hay una fuerza de la naturaleza que activa la realidad de esta manera. Lo estuvimos buscando toda la vida, en toda la historia. La gente le ha dado todo tipo de nombres: Dios, universo, naturaleza, sin saber qué era o dónde se ocultaba. Ahora podemos descubrir que este es un poder de conexión y amor. La fuente de la vida. La corona de la realidad en su totalidad. Y no está en el cielo, no en la imaginación, sino que fluye en la profundidad de la nueva relación que se ha construido entre nosotros, dentro de la relación mejorada entre uno y su prójimo. Tal paso adelante podemos hacerlo juntos, únicamente juntos, todos como uno. Sin mirar atrás ni volver al viejo mundo, por ningún dinero del mundo. Si es así, y ojalá que así sea, agradeceremos al coronavirus por empujarnos a un mundo mucho mejor. 

 La vacuna definitiva

 “Cuando cada individuo comprenda que su propio bien y el bien del público son el mismo, el mundo llegará a su corrección completa”. 
Baal HaSulam, Baal HaSulam, artículo “La paz en el mundo”.

Las relaciones egoístas entre las personas afectan al sistema natural entero, pero de aquí se entiende el sitio en el que será posible producir la medicina definitiva para todas las enfermedades del mundo. La fuerza más significativa en el sistema de la naturaleza es la relación entre los seres humanos. Si aprendemos a formar relaciones correctas entre nosotros, crearemos una complementariedad mutua en todos los niveles del sistema. ¿Cuál es la esencia del cambio que debe pasar el pensamiento humano? Debemos adoptar un pensamiento fuera de los patrones egoístas, del tipo que va tras el arte creador de la naturaleza. Se trata de una transición de una forma de pensamiento que percibe al individuo como algo apartado e independiente, a una forma de pensamiento sistemático que percibe a los individuos como partes integrales de una trama completa. En nuestros tiempos, la forma de pensar de preocuparse por uno mismo resulta ser anticuada, incompatible con el mundo interconectado. La conciencia progresiva se basa en la comprensión de que no puedo procurar mi bienestar y la conducción apropiada del mundo mientras lo haga desde una visión estrecha. En un sistema interconectado, cada uno afecta a todos y depende de todos, y por esto la preocupación solamente por uno mismo debe convertirse en una preocupación por el bienestar general. Baal HaSulam ya lo aclaró en los años cuarenta del siglo pasado, en su artículo La paz en el mundo: “En esta generación, cuando la felicidad de la vida de cada individuo es apoyada por todos los países del mundo, es esencial que el individuo se subyugue al mundo entero, como una rueda en una máquina. Por lo tanto, no se debe considerar la posibilidad de realizar ordenes buenos y favorables pacíficamente en una nación, mientras no sea así en todos los países del mundo y viceversa”. La epidemia del coronavirus nos enseña cosas muy importantes sobre la red de relaciones entre nosotros, y lo que exige de ella, y empuja hacia una forma de vida adaptada a un sistema conectado. Nos demuestra que es imposible continuar existiendo en la misma forma, que debemos cambiar nuestra conducta, nuestra actitud, aceptar la humanidad entera como al resto de las partes de la naturaleza en un sistema integral único, en el que todos somos órganos diferentes. Todos estamos interconectados, somos interdependientes y si no nos preocupamos cada uno por todos, no podremos subsistir. Cuanto más pronto comprendamos la tendencia de la evolución de la naturaleza y nos adaptemos a las relaciones entre los seres humanos, nos ahorraremos mucho sufrimiento. Es esto lo que Baal HaSulam enfatiza: “Lo mejor es que nosotros tomemos la ley de evolución bajo nuestras manos y nuestro gobierno, pues así nos libraremos de toda la materia de sufrimiento, prescrita para nosotros por la historia evolutiva de ahora en más”. Intelecto y sentimiento integrales Para entender cuál es el funcionamiento adecuado dentro del sistema integral, observemos nuestro cuerpo. Imagínense que de pronto cada órgano en nuestro cuerpo decide hacer lo que le place. En tal estado, el cuerpo no podrá existir; se desintegrará y morirá. Un funcionamiento sistemático correcto exige la adquisición de un intelecto y un sentimiento nuevo, ambos integrales. Por ende, la vacuna definitiva para fenómenos como una epidemia mundial, implica ajustar la forma de las relaciones entre nosotros y las leyes naturales. La responsabilidad personal y la responsabilidad mutua que se necesitaron en el periodo del coronavirus, deben convertirse en ley de conexión del superorganismo humano en el diario vivir, y no solo en tiempos de emergencia y angustia. La comprensión respecto al modo de formar una relación sana entre particulares distintos e incluso opuestos entre sí es el próximo nivel de evolución humana. La formación de una relación adaptada a las leyes de la naturaleza exige a cada individuo fomentar una comunicación profunda con los demás, y desarrollar una sensibilidad que le permita identificar sus necesidades y comprender de qué manera beneficiarlos y complementarlos. Esta es una tarea para nada sencilla, pero quien logre realizarla sentirá que, precisamente en la transición a la nueva percepción, se encuentra su ganancia personal. La sensación del prójimo, que se desarrolle en el ser humano, le permitirá ver el bienestar de los demás, además del suyo propio. Así, nuestra visión se expandirá y considerará el interés común para promoverse a sí mismo y a los demás como un todo. Como resultado de esto, la percepción de la realidad del individuo cambiará y se abrirá a él un mundo pleno de posibilidades que no estaban antes al alcance de su percepción . En el estado avanzado, el hombre tratará al mundo con la intención de contribuir con su adición única. Cada individuo hará cálculos y usará su singularidad para el beneficio general en lugar del beneficio propio solamente, y por lo tanto, comenzará a absorber las impresiones de su entorno mucho más ampliamente. Uno podrá conectarse con otros y sentir lo que ellos sienten y piensan, ampliar su perspectiva de la realidad y convertirse en una criatura social más avanzada. En la medida que uno tenga una actitud más positiva hacia los demás, más ganará crecimiento y desarrollo y su valor en la sociedad aumentará. La conciencia conectada permitirá a cada individuo comprender y sentir cómo le afecta la red, cómo uno afecta a ella y cómo se favorece precisamente por pensar en el bien del sistema. Uno será más consciente de la interdependencia y comprenderá cómo esto se manifiesta en términos sociales, económicos, de salud o de política, y así podrá examinar qué será perjudicial para el sistema y qué lo beneficiará. Todas las definiciones de éxito en la vida cambiarán de un extremo a otro. En consecuencia, se espera que el desarrollo, a medida avancemos hacia el futuro, se utilice principalmente para crear herramientas que sirvan al desarrollo humano de la conciencia y a la transición de la conciencia privada a la conciencia compartida. Estas herramientas ayudarán a uno a practicar una nueva actitud, como un entrenamiento para sentir y comprender los deseos y pensamientos de los demás cada vez más. Cuando haya una relación mutua de tal calidad, cada individuo obtendrá una sensación de seguridad y de vida en un nivel completamente nuevo. El sentimiento de que las personas que lo rodean quieren favorecerlo y están dispuestas a ayudarlo, lo liberará lentamente de la incesante preocupación por sus propias necesidades, de la ansiedad personal sobre su condición y su futuro. Cuando su corazón y su mente estén libres de preocupaciones personales, podrá implementar partes más extensas de su potencial. Quizás esta realidad suene utópica o ingenua en este momento, pero cuando lo pensamos, incluso una realidad en la que el mundo detendría su paso y todos estarían sentados en sus hogares hasta hace poco parecía un guión delirante, imposible. 


 ¿Por qué? 

Junto a nuestro encierro en los hogares, en las redes sociales comenzaron a circular videos que muestran distintas teorías sobre la causa de la aparición del virus que paralizó todo: desde el individuo que destruye la naturaleza hasta aquel que ha pecado contra Dios. La gente, en todas las calles del mundo ha buscado una explicación, una conexión causal, para el fenómeno de la naturaleza que nos agarró desprevenidos. A simple vista, la pregunta “por qué” suena infantil o filosófica, mística o religiosa. Es claro para todos que epidemias siempre hubo, como por ejemplo, la epidemia de la gripe española en 1918 y muchas epidemias anteriores a ella, que mataron poblaciones y ciudades enteras. Sin embargo, la observación de las leyes de la naturaleza desde el punto de vista especial de la auténtica Sabiduría de la Cabalá, puede aportar un poco de luz sobre la situación y sugerir una forma diferente de pensar. De acuerdo a la Sabiduría de la Cabalá, que investiga la evolución del hombre, la sociedad y la naturaleza, el sistema de contacto entre las personas es el factor decisivo detrás de todos los problemas que se nos revelan, comenzando por los problemas de salud, siguiendo con los económicos y hasta los ecológicos. Aunque la investigación del coronavirus a nivel biológico puede localizar las causas biológicas que trajeron su erupción, en la práctica son solo tentativas, consecuencias de una causa mucho más profunda. En cierto modo, este virus es una especie de rompecabezas, que, si logramos resolverlo correctamente, lo veremos como una invitación al próximo nivel de evolución de toda la humanidad. La evolución promueve hacia la conexión Nuestra comprensión del mundo emana del hecho que, conforme al avance de la persona, esta descubre más y más leyes en la naturaleza. Ya en el mundo antiguo descubrieron cómo procesar piedras específicas para transformarlas en hierro, cobre y distintos metales; cómo procesar la materia prima que está en la naturaleza convirtiéndola en alimentos y bebidas como pan y vino. Más adelante, esos fenómenos básicos fueron formulados en el contexto de distintas ciencias: física, química, biología, etc. Los científicos descubrieron la ley de la gravedad, definieron los fundamentos básicos de la naturaleza, las leyes de la energía, la influencia de la energía sobre los distintos materiales, etc. A medida que la humanidad evoluciona, las leyes de la naturaleza se revelan más y más, e incluso desafían las leyes anteriores que fueron descubiertas, como lo hizo Einstein con la teoría de la relatividad respecto a la concepción física que era habitual hasta ese momento. De hecho, todo lo que nos sucede y toda nuestra evolución acontecen en el marco de esas leyes del mundo. En la medida que comprendamos más las leyes de acuerdo a las cuales el mundo opera, es posible comprender mucho más los fenómenos que se revelan ante nosotros, tales como la propagación del coronavirus. La Sabiduría de la Cabalá enfatiza las conexiones entre los diversos tipos de naturaleza. “Hay una conexión general con todos los detalles de la realidad que tenemos ante nosotros”, dice Baal HaSulam, en el artículo “La Libertad”: “es decir, cada una de las criaturas del mundo, de los cuatro tipos: inanimado, vegetal, animal y hablante, obedecen a la ley de la causa y efecto… y esto está claro para todo el que observa los órdenes de la naturaleza en términos de ciencia pura, y sin que intervengan los beneficios propios”. Todos los elementos de la realidad están relacionados entre sí, para cada acción hay una implicación sistémica. Además, durante la evolución, las conexiones entre los elementos de la realidad se entrelazan mucho más. La evolución describe el desarrollo de los seres vivos, de elementos individuales a formas complejas de vida basadas en la colaboración. De modo que la conexión entre compuestos se desarrolla en una célula viva, y la unidad de esa vida básica se conectó durante la creación de múltiples células en los niveles vegetal y animal. También la humanidad evolucionó con tendencia a la comunicación. Hasta hace apenas unos 100 años, el hombre estaba conectado principalmente al entorno físico en el que había crecido, y hoy en día está conectado a un entorno mucho más amplio. El deseo de desarrollo y avance condujo a la formación de medios que crearon una conexión entre personas, países y pueblos. El teléfono, el telégrafo, el tren y la radio conectaron las personas distanciadas, y la red de internet hizo que todos estén disponibles. La tendencia a la comunicación convirtió al mundo en más pequeño, más accesible. La bióloga, Dra. Elizabeth Sartorious, se especializó en la investigación de sistemas de la naturaleza y su evolución. Según ella, la evolución empuja a la naturaleza hacia la diversidad y la individualización y cada vez conduce a conflictos, cuya solución es el avance de la colaboración y la creación de la conexión gradual. Como resultado directo de ese proceso, en el que el mundo se ha convertido en una pequeña aldea global, no es casualidad, sino una etapa natural de evolución de la civilización hacia una conexión inclusiva. Los grandes cabalistas describen esta línea de desarrollo como ley de la naturaleza, una fuerza general que actúa en el sistema de la naturaleza y provoca que esté más interconectada, a través de conexiones y redes de contactos más avanzados. En el lenguaje especial del Libro del Zóhar se ha dicho sobre ello: “así como el cuerpo del humano está dividido en órganos, y todos se posicionan en un peldaño tras otro, se corrigen unos a otros, y todos forman un solo cuerpo. Así es el mundo: todas las criaturas en él, son todas órganos, y están unos sobre otros, y cuando todos se corrijan serán verdaderamente un solo cuerpo,” (El Libro del Zóhar con la Interpretación del Sulam, Parashat Toldot, 3) Hoy en día, algunos hablan del mundo como una especie de “superorganismo”, que debe observarse como una entidad conectada. La responsabilidad mutua enfatizada por el virus, presenta una perspectiva notable para la existencia de ese superorganismo. Cada parte de la naturaleza y cada persona están conectadas entre sí en innumerables contactos. El mundo ha cambiado. Desde un mundo individual en el que cada uno actúa desconectado de los demás, pasamos sin saberlo, a un mundo global e integral, en el que todos estamos interconectados en lo referente a la salud, la ecología, la economía, la política y lo social. Global, significa uno, completo. Integral, significa conectado, que todas las partes están interconectadas y dependen unas de otras, sin excepción. Si bien aún no podemos asimilarlo, eso no cambia el hecho de que nosotros existimos en tal sistema. De hecho, todos los niveles de la naturaleza están conectados en una conexión cuya profundidad descubriremos sólo más adelante en nuestra investigación del sistema de la naturaleza en su totalidad mediante la Sabiduría de la Cabalá. La existencia en un sistema de ese tipo es una cadena de conexiones cada vez más estrecha y requiere un cambio de pensamiento y conducta. Falta de adaptación al mundo conectado El virus, una partícula biológica, nos atrapó en la mitad de la carrera de la vida y de una conexión avanzada. Convertimos a los países en multiculturales, desarrollamos una economía mundial, nos movemos a lo largo y ancho del globo, y esa conectividad se ha utilizado como combustible para convertir un pequeño virus de China en una pandemia mundial. En comparación con la tendencia del progreso evolutivo, que promueve a las partes de la naturaleza hacia la integración, la complementación y las conexiones mejoradas, dentro del individuo se encuentra un mecanismo que actúa bajo leyes opuestas. Un mecanismo que conduce a la separación, y no permite a la persona identificarse como parte de ese sistema, y le impide ver que su beneficio personal puede únicamente ser consecuencia del beneficio del cuerpo en general, y no desconectado del mismo. Este mecanismo se define en la Cabalá como egoísmo, y está compuesto de varios niveles. En el nivel básico, hace que la persona se analice constantemente a sí misma y lo que logró en relación a los demás – comparando la casa, el auto, la carrera, los hijos, la posición económica o social, etc., siendo la ambición constante sentirse por encima de los demás. Como resultado, uno no es capaz de conformarse con lo necesario para una buena existencia, sino que desarrolla una tendencia de aprovecharse más y más del prójimo para su beneficio. Por lo tanto, a diferencia de cualquier otra criatura, el hombre no utiliza sus recursos ni su entorno de manera equilibrada. “La forma del egoísmo, que mediante su uso se vuelve más estrecha”, dice Baal HaSulam, “porque está más o menos obligado a recibir el carácter del odio y explotación del prójimo, para aliviar su propia existencia. Y no se está hablando de odio abstracto, sino del que se revela por las acciones de explotación y abuso del semejante para su beneficio, y va empeorando gradualmente, a saber: estafa, robo, saqueo y asesinato. Y es una máquina de egoísmo estrecho”. (Baal HaSulam, periódico “HaUmá” - La nación). Este mecanismo se manifiesta también a nivel internacional: el deseo de dominar y explotar los territorios, los recursos y las personas, ha sido la base de las guerras más grandes de la historia, y de hecho, estableció y derrocó imperios enteros. A medida que el hombre se desarrolla, se crea una gran presión debido al fuerte contraste entre la fuerza de la naturaleza que empuja a la conexión de mayor calidad, y el mecanismo interno que empuja a la persona, al sector, al pueblo y al país a pensar solamente en la ganancia o pérdida personal. Esto es similar a tirar de una cuerda desde sus dos extremos. La singularidad de este período actual se encuentra en la gran diferencia entre la fuerza del vínculo y la dependencia mutua, y la potencia del egoísmo estrecho que tira exactamente hacia el lado contrario. Si miráramos la realidad con los ojos bien abiertos veríamos que un momento antes del coronavirus estábamos al borde del precipicio: las relaciones internacionales estaban cada vez más cargadas, las guerras comerciales se hicieron más brutales, la amenaza de una guerra nuclear mundial pasó a ser más tangible que nunca, los ataques terroristas afectaron una y otra vez a todos los ciudadanos del mundo. Todo eso debió haber encendido hace tiempo luces de advertencia, y aclarar que la forma de vida egoísta ya no era apropiada para la vida en un sistema interconectado, y si no se producía un cambio habría un colapso sistémico.

El entorno ecológico La actitud egoísta del hombre hacia todo lo que le rodea lo condujo también a la destrucción de la naturaleza. La aspiración de adquirir más y más recursos de la naturaleza sólo para enriquecerse y ganar mayor posición, poder y dominio sobre las demás personas, originaron una competencia alocada y el exacerbado frenesí destruyó la naturaleza. Hoy en día se infiltra la comprensión de que la ruina de la naturaleza por causa del hombre es algo muy peligroso, y los reportes ecológicos lo evidencian bien. Sin embargo, este no es el punto central del problema. ¿Por qué? Debido a que la explotación de la naturaleza por parte del hombre sólo es el resultado de las relaciones egoístas entre las personas, del deseo de cada uno de estar por encima de los demás. El ego hace que la persona vea todo a su alrededor como un medio para lograr ese objetivo, y le crea una perspectiva estrecha y distorsionada de lo inanimado, vegetal, animal y del ser humano. Pero la naturaleza es un sistema integral que une todas sus partes, y dentro de ella ninguna parte puede realmente gobernar. Cuando la humanidad no actúa según las leyes del sistema que obliga a la complementación recíproca sistémica, la contrariedad en el sistema puede expresarse en diferentes grados y formas, como un terremoto, un huracán, una plaga de langostas o el coronavirus. De aquí resulta que es un error pensar que nuestras desgracias terminarán el día que se encuentre una vacuna o medicación contra el coronavirus. Si no vemos la imagen más grande y continuamos con la conducta de abuso que nos caracterizó hasta el momento, incluso si se encuentra una solución para el presente virus, es probable que lleguen tras él otras mutaciones u otro golpe de la naturaleza. Se nos exige redefinir la calidad de la interconexión entre las personas, que constituyen la creación más desarrollada de la naturaleza. La actualización de la forma de interconexión en la sociedad humana influirá sobre la relación del individuo y todo lo que le rodea, y le beneficiará en todos los ámbitos de la vida. La alta conectividad en la naturaleza “Todavía se revelará en el mundo la magnitud del valor del deseo del hombre, y cuán determinante es su nivel en la realidad, a través de los secretos de la Torá (Cabalá). Y su descubrimiento será la corona de toda ciencia”. – Rav Kook, Rav Kook, Luces sagradas III, pág 80. Las conexiones entre los distintos niveles de la naturaleza no se suman solo a aquellos que se revelan a nuestra vista. La naturaleza es un campo de fuerza general, en el que existen todos los elementos y todas las formas de conexión entre sí. En el sistema actúan distintas fuerzas, desde los niveles físico, químico y biológico, hasta el nivel de fuerzas de pensamiento y deseo. Cuanto mayor es el nivel de la fuerza en el sistema, más oculta, sutil y dueña de la mayor influencia e influyente es. La actitud, el pensamiento o el deseo, también provocan una reacción en el sistema, en la medida de la competencia o incompetencia con la fuerza de la naturaleza que empuja a la complementación entre sus partes. Por lo tanto, nuestros pensamientos, nuestra actitud con los demás, la división o la conexión entre nosotros, también son parte del sistema de la naturaleza e influyen en ella. No sólo en el aspecto social, es decir entre las personas, sino también en los distintos niveles de la naturaleza. ¿Por qué? Porque el sistema es uno. Integral. Vinculado. Conectado. La Sabiduría de la Cabalá reveló hace tiempo que cuando los humanos aspiran hacerse daño unos a otros, la relación negativa entre ellos influye sobre todo el sistema de la naturaleza. Es decir, incluso sin llevar a cabo una acción dañina, el propósito del pensamiento y el deseo de lastimar ya daña en la complementación recíproca entre todas las partes del sistema. Es difícil percibirlo, pero nuestros deseos y pensamientos son factores que influyen mucho en toda la naturaleza. Sin embargo, las ruedas de la evolución no nos esperan. Son sistemáticas, por lo tanto, rompen las viejas conexiones entre los humanos, y nos fuerzan a componer nuevas relaciones. Integrales, más avanzadas. Las que serán adecuadas al mundo global del siglo XXI. Entonces, por si no nos queda claro en qué medida dependemos uno del otro, viene el Corona y nos demuestra cómo el virus pasa de una persona a las demás. No hay límites ni distancias, no considera ni la situación económica ni el pedigrí. Y si pensamos que podríamos doblegar las leyes de la naturaleza en nuestro beneficio, hoy resulta que estamos equivocados. La naturaleza es más fuerte que nosotros, y contiene leyes inflexibles. Cuando las comprendamos y actuemos en concordancia con ellas, podremos salir de las casas cerradas a la nueva vida.

EL DÍA DESPUÉS DEL CORONAVIRUS

Dr. Michael Laitman

De la indiferencia al pánico

La era del coronavirus comenzó como un anuncio secundario de las distintas ediciones de noticias: en China comenzó la erupción del virus. Sentimos que China está lejos. Muy lejos. El tema no nos parece como algo que va a influenciar en nuestras vidas de forma tan dramática, y pasamos al próximo artículo. Inicialmente se solicitó a los que arriben del Lejano Oriente ingresar en aislamiento, luego se cancelaron los vuelos a Oriente y a otras regiones del mundo, y las personas que iban arribando de allá fueron obligadas a estar en cuarentena. Pero tampoco en esta fase sentimos que esto estaba relacionado con nosotros. La principal preocupación fue cuál sería el destino de todos los envíos de los productos que acostumbramos a adquirir de China. Era difícil digerir el hecho de que una epidemia en una región alejada de China pudiera golpear al umbral de nuestra puerta. Si bien hemos oído sobre conceptos como el “efecto mariposa”, que tratan sobre el hecho que si una mariposa mueve sus alas en un confín del mundo, puede crear repercusiones en otra zona, pero esto no era más que metáforas, una clase de filosofía. En la primera etapa, cuando aún no se tenía conocimiento de la magnitud de la catástrofe y la medida de propagación del virus, parte de las personas pensaba que eran acciones exageradas porque el virus no era más mortal que cualquier gripe. Las tasas de mortalidad eran relativamente bajas, y el coronavirus golpeó principalmente a poblaciones debilitadas. Por lo tanto, no estaba claro por qué había necesidad de limitar la libre circulación de toda la población. En la siguiente fase, la epidemia comenzó a aumentar su tasa de propagación, la cantidad de afectados creció, así como el número de fallecidos. El miedo y la incertidumbre generaron ansiedad y pánico. Muchos comenzaron a sentirse perdidos, a medida que la amenaza de encierro pasó a ser una realidad mundial en más y más países. La tendencia natural era preocuparse por nuestra supervivencia. Todos comenzaron a arrasar los supermercados, vaciar las estanterías y llenar los almacenes. Se terminó el stock de papel higiénico, los huevos pasaron a ser un artículo escaso. Paralelamente, las redes sociales se llenaron de bromas envueltas de pánico encubierto sobre el fin del mundo por venir. Comenzamos a desarrollar sospechas de toda persona a nuestro alrededor… tal vez no es tan estricto sobre las normas de prevención. ¿Dónde estuvo? ¿Qué tocó? ¿Es estricto con las normas de higiene? Si alguien estornudaba o tosía, pasaba a ser un peligro sanitario, un riesgo para la salud pública. Los dirigentes del Estado se encontraron realizando frenéticas discusiones día y noche, con el objetivo de evitar la propagación del virus sin causar una crisis económica. Las proporciones han cambiado, las disputas de ayer, las diferencias sociales e incluso la amenaza del terror iraní, han disminuido frente a las desgracias globales. Si antes nuestra indecisión era referente a qué auto comprar, adónde ir de vacaciones o qué zapatos de moda agregar a la colección que tenemos en casa, la nueva realidad nos planteó cómo procurar nuestras necesidades básicas. ¿Tendremos qué comer la semana próxima o cesarán los envíos? ¿Hasta cuándo podremos mantener nuestros empleos, en caso de que mejore nuestro destino y aún no nos hayan despedido? Y, ¿qué pasará si mañana no tenemos con qué pagar el supermercado, al propietario de la casa, a los bancos? .

Dependiendo uno del otro

Cuando nos miramos de costado vemos que el coronavirus ha revelado nuestra debilidad, iluminó nuestra insignificancia frente a la naturaleza grande y fuerte, que de repente abrió su boca gigante y nos obligó a contraernos en un rincón. Además, el coronavirus ha revelado cuán interconectados estamos, sólo que negativamente. ¿Cómo es que, por un apretón de manos, un contacto, o por permanecer en un espacio compartido, podemos contagiarnos uno a otro?; ¿cómo en un momento de falta de responsabilidad, mala fe o desdén de las directivas del Ministerio de Salud, cada uno puede causar que su entorno se infecte? En el siglo XXI nos acostumbramos a que es posible hablar con alguien del otro extremo del mundo, adquirir productos de ahí, volar y estar actualizados sobre lo que ocurre en cada lugar, pero no imaginamos en qué medida esas conexiones tejerían entre nosotros vínculos que no se podrían desamarrar. El coronavirus nos colocó ante un hecho: el problema de otra persona, allá muy lejos, puede convertirse muy rápidamente en mi problema. “Todo el mundo está en una misma barca”, acostumbraban a decir los jefes de Estado en los últimos años, y repentinamente ese cliché sobre la dependencia mutua pasó a ser una realidad tangible. En definitiva, el coronavirus es semejante a un marcador que nos dibuja la red de influencia recíproca que existe entre nosotros. La red, por supuesto había existido también antes de la aparición del virus, excepto que no estábamos conscientes de ella, o no le prestamos gran importancia en la rutina de nuestra vida. “La dependencia mutua se aplica a todos”, dijo ya hace una década el Secretario General de la OTAN, Javier Solana. "Piensen en los peligros del uso de la energía nuclear, el peligro del enriquecimiento de armamento nuclear, la amenaza del terror, las influencias que conllevan la inestabilidad política, las implicaciones económicas de las crisis de finanzas, las epidemias, estados repentinos de ansiedad, el cambio climático. Nada está completamente aislado. Los problemas de otros son ahora nuestros problemas. No podemos seguir observándolos con indiferencia, ni esperar obtener un beneficio personal de ellos. Tenemos que aprender las nuevas reglas del juego”. Las leyes de la red en la cual vivimos comenzaron a cercarnos. El Ministerio de Salud pasó a ser el legislador supremo y se establecieron nuevas reglas: primero se prohíbe el contacto directo, después se ordena guardar una mínima distancia de dos metros, el uso de máscaras y guantes, la cuarentena en caso de haber tenido contacto cercano con un enfermo confirmado. A continuación, se va entrando gradualmente en un cierre general. A medida que pasaron los días y la cantidad de internados escaló, comienza a dispararse la preocupación por un posible colapso del sistema de salud. No nos podemos permitir ni siquiera imaginar dicha situación. Las circunstancias que nos llevaron a internalizar que si actuamos con responsabilidad personal en garantía mutua, hay posibilidad que logremos limitar la rápida propagación del virus. En los días de rutina, la garantía mutua suena como otro eslogan pegado en la pared, igual que “ama a tu prójimo como a ti mismo”, un valor que no obliga a nadie de hecho. Aunque en las unidades de combate los guerreros están entrenados para mantener ese contacto para sobrevivir, fuera del marco militar, la garantía mutua es vista como un ideal que quién sabe si alguna vez el ser humano realmente logrará vivir de acuerdo a ella. Y repentinamente, el coronavirus nos aclara a todos que la garantía mutua nos es un par de palabras bellas: todos somos propensos a contagiarnos unos a otros, por lo tanto, somos garantes uno de otro contra nuestra voluntad. Quieran o no, comprendan o no, todo el que no se conduce con responsabilidad, afecta a todos a su alrededor, creando reacciones en cadena y poniendo en peligro a todos infinitamente. 
Cada persona identificada como portadora del virus se expone públicamente: su trayectoria está descripta en la investigación epidemiológica, y todos tuvimos que verificar si estuvimos en esos lugares al mismo tiempo. En el caso que sí, tuvimos que aislarnos e informar a las autoridades. De ese modo el Corona otorgó una responsabilidad personal a cada uno de nosotros, redefiniendo el concepto de garantía mutua. La manera de propagación del virus nos ha enseñado que precisamente en la era global el individuo tiene un poder tremendo, sea quien sea.Día a día, cuanto más se profundizaba el cierre, cuando el mundo se detenía y las calles vacías eran vistas desde las tristes ventanas, comenzaron a despertar las grandes preguntas: ¿Qué será? ¿De dónde nos cayó a nosotros este golpe? ¿Por qué lo merecemos? 

 Un mundo nuevo “Nuestro planeta es lo suficientemente rico para sustentarnos a todos. Y, ¿por qué necesitamos esta trágica lucha de vida, q...

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