Un mundo nuevo
“Nuestro planeta es lo suficientemente rico para sustentarnos a todos. Y,
¿por qué necesitamos esta trágica lucha de vida, que enturbia nuestras
vidas desde hace generaciones?”
Baal HaSulam, periódico “HaUmá” (La nación)
El coronavirus nos dejó en casa y nos hizo ver cómo el mundo podría verse diferente.
Obviamente, no estábamos preparados para tal sorpresa que repentinamente nos
conmocionó, pero con el tiempo encontramos cierta gracia regresar al seno familiar.
Estos momentos de reír juntos, escuchar tranquilamente lo que nuestros seres
queridos tienen que decir, conectarse con sus preocupaciones, esperanzas, dolor,
valen la pena.
Cuando observamos ese mundo en el que vivimos hasta la llegada del coronavirus,
como si nos estuviera guiñando un ojo desde lejos astutamente y amenazando con
volver con toda su potencia, se nos da una oportunidad única de pensar: ¿Estamos
interesados en regresar a él?
De hecho, ese mundo no se formó con base a las necesidades personales o de
nuestros hijo s , sino en las reglas del sistema económico que moldeó el egoísmo
humano. Traba j ábamos desde la mañana hasta la noche, encontrándonos con
nuestros hijo s y cónyuges cuando ya estábamos impacientes al final de un día
agotador, pues de lo contrario, no podríamos ganar suficiente dinero para todos los
gastos que se convirtieron en una carga sobre los hombros.
La economía moderna se basaba en la cultura del consumo: producir cada vez más, impulsar los mercados, además de ofertas especiales en la caja de pago. Lo principal:
aumentar las ganancias, ampliar los mercados, ordeñar a más consumidores
sofisticadamente.
Cambiamos el auto, la cocina y el departamento, y compramos otra camisa y otra
chaqueta y otro vestido. Y otro viaje al extranjero, y otra velada en el restaurante.
Nos hizo bien, fue agradable, porque estábamos acostumbrados a que estos fueran
los placeres de la vida, y eso se ha considerado éxito.
Los símbolos de estatus nos han hecho trabajar duro, ganar mucho dinero y luego
disfrutar. Vacacionar en los lugares más bellos del mundo, pero siempre regresar
para seguir corriendo. Esclavos de este método de vida.
De repente, surge el coronavirus y lo congeló todo. Siéntense en casa, que nadie se
mueva. Por la fuerza, comenzó a reorganizar todo. Según como se acostumbra en la
limpieza antes de la festividad judía de Pésaj, vino a limpiar la vieja rutina de vida,
desechando todo lo que no necesitamos y revelando lo que necesitamos, lo que es
esencial y lo que es menos.
Este virus nos llega como un tsunami y nos cambia. Cada vez más y más personas
comienzan a preguntarse: ¿qué es realmente valioso para nosotros en esta vida?, ¿en
qué mundo queremos vivir?, ¿cómo deben formarse la sociedad y la economía para
brindarnos una felicidad sostenible?, ¿el objetivo debe ser incrementar las ganancias
sea como sea?
En la vieja percepción, el valor sagrado era: producir, consumir y desechar. Tanto
como fuese posible, para mover las ruedas de la máquina. Pero cuando nos sacaron
a un receso por un tiempo, dándonos momentos de tregua de todo el ajetreo y el
bullicio, se dispuso un espacio para cosas más significativas: contacto, calidez,
amor.
Tuvimos tiempo para conectarnos más profundamente con nuestra familia, pudimos prestar atención a nuestros vecinos y amigos, preguntar cómo están todos y escuchar
la respuesta. Ofrecer el hombro, abrir el corazón, temer juntos, emocionarnos .
Ahora tenemos que pensar: ¿cómo construimos un mundo en el que sea bueno vivir?
Un mundo con relaciones positivas, cuyos sistemas ayudarán a lograr la felicidad
compartida. Imagine por un momento cómo se verían los medios y la política, por
ejemplo, si elimináramos los elementos de la competencia destructiva y los
intereses privados.
Y la verdad es que esto no es una ilusión, sino una situación en la que no tenemos
otra opción. Cambiar las conexiones entre nosotros es algo que se requiere de la
estructura de la naturaleza y la tendencia del desarrollo. La falta de comprensión
de las leyes de la naturaleza y la acción en contra de ellas provocará reacciones que
nos obligarán a adaptar nuestro modo de vida a la integralidad de la realidad, como
sucedió con la aparición del virus.
Un mundo fundamentalmente nuevo solo puede ser un mundo donde las personas
aprenderán a relacionarse entre sí a medida que se relacionan con ellas mismas. Por
supuesto, esto es sobrenatural, pero por esa misma razón, la sabiduría del método
de conexión de la Cabalá fue descubierta en nuestra generación, y no es este el sitio
para detallar sobre ella.
Cuando una conexión verdadera se convierta en el valor supremo al que aspiramos, a
medida que aprendamos a cultivar nuestras conexiones integrales, la consideración,
la ayuda y el amor entre nosotros, sentiremos que hay una fuerza de la naturaleza
que activa la realidad de esta manera. Lo estuvimos buscando toda la vida, en toda
la historia. La gente le ha dado todo tipo de nombres: Dios, universo, naturaleza, sin
saber qué era o dónde se ocultaba.
Ahora podemos descubrir que este es un poder de conexión y amor. La fuente
de la vida. La corona de la realidad en su totalidad. Y no está en el cielo, no en
la imaginación, sino que fluye en la profundidad de la nueva relación que se ha construido entre nosotros, dentro de la relación mejorada entre uno y su prójimo.
Tal paso adelante podemos hacerlo juntos, únicamente juntos, todos como uno.
Sin mirar atrás ni volver al viejo mundo, por ningún dinero del mundo. Si es así, y
ojalá que así sea, agradeceremos al coronavirus por empujarnos a un mundo mucho
mejor.
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