EL DÍA DESPUÉS DEL CORONAVIRUS
Dr. Michael Laitman
De la indiferencia al pánico
La era del coronavirus comenzó como un anuncio secundario de las distintas ediciones
de noticias: en China comenzó la erupción del virus. Sentimos que China está lejos.
Muy lejos. El tema no nos parece como algo que va a influenciar en nuestras vidas de
forma tan dramática, y pasamos al próximo artículo.
Inicialmente se solicitó a los que arriben del Lejano Oriente ingresar en aislamiento,
luego se cancelaron los vuelos a Oriente y a otras regiones del mundo, y las personas que
iban arribando de allá fueron obligadas a estar en cuarentena. Pero tampoco en esta
fase sentimos que esto estaba relacionado con nosotros. La principal preocupación
fue cuál sería el destino de todos los envíos de los productos que acostumbramos a
adquirir de China.
Era difícil digerir el hecho de que una epidemia en una región alejada de China pudiera
golpear al umbral de nuestra puerta. Si bien hemos oído sobre conceptos como el
“efecto mariposa”, que tratan sobre el hecho que si una mariposa mueve sus alas en
un confín del mundo, puede crear repercusiones en otra zona, pero esto no era más
que metáforas, una clase de filosofía.
En la primera etapa, cuando aún no se tenía conocimiento de la magnitud de la
catástrofe y la medida de propagación del virus, parte de las personas pensaba que
eran acciones exageradas porque el virus no era más mortal que cualquier gripe. Las
tasas de mortalidad eran relativamente bajas, y el coronavirus golpeó principalmente
a poblaciones debilitadas. Por lo tanto, no estaba claro por qué había necesidad de
limitar la libre circulación de toda la población.
En la siguiente fase, la epidemia comenzó a aumentar su tasa de propagación,
la cantidad de afectados creció, así como el número de fallecidos. El miedo y la
incertidumbre generaron ansiedad y pánico. Muchos comenzaron a sentirse perdidos, a medida que la amenaza de encierro pasó a ser una realidad mundial en más y más
países.
La tendencia natural era preocuparse por nuestra supervivencia. Todos comenzaron a
arrasar los supermercados, vaciar las estanterías y llenar los almacenes. Se terminó el
stock de papel higiénico, los huevos pasaron a ser un artículo escaso. Paralelamente,
las redes sociales se llenaron de bromas envueltas de pánico encubierto sobre el fin
del mundo por venir.
Comenzamos a desarrollar sospechas de toda persona a nuestro alrededor… tal vez
no es tan estricto sobre las normas de prevención. ¿Dónde estuvo? ¿Qué tocó? ¿Es
estricto con las normas de higiene? Si alguien estornudaba o tosía, pasaba a ser un
peligro sanitario, un riesgo para la salud pública.
Los dirigentes del Estado se encontraron realizando frenéticas discusiones día y noche,
con el objetivo de evitar la propagación del virus sin causar una crisis económica. Las
proporciones han cambiado, las disputas de ayer, las diferencias sociales e incluso la
amenaza del terror iraní, han disminuido frente a las desgracias globales.
Si antes nuestra indecisión era referente a qué auto comprar, adónde ir de vacaciones
o qué zapatos de moda agregar a la colección que tenemos en casa, la nueva realidad
nos planteó cómo procurar nuestras necesidades básicas.
¿Tendremos qué comer la semana próxima o cesarán los envíos? ¿Hasta cuándo
podremos mantener nuestros empleos, en caso de que mejore nuestro destino y
aún no nos hayan despedido? Y, ¿qué pasará si mañana no tenemos con qué pagar el
supermercado, al propietario de la casa, a los bancos? .
Dependiendo uno del otro
Cuando nos miramos de costado vemos que el coronavirus ha revelado nuestra
debilidad, iluminó nuestra insignificancia frente a la naturaleza grande y fuerte, que
de repente abrió su boca gigante y nos obligó a contraernos en un rincón. Además,
el coronavirus ha revelado cuán interconectados estamos, sólo que negativamente.
¿Cómo es que, por un apretón de manos, un contacto, o por permanecer en un espacio
compartido, podemos contagiarnos uno a otro?; ¿cómo en un momento de falta de
responsabilidad, mala fe o desdén de las directivas del Ministerio de Salud, cada uno
puede causar que su entorno se infecte?
En el siglo XXI nos acostumbramos a que es posible hablar con alguien del otro
extremo del mundo, adquirir productos de ahí, volar y estar actualizados sobre lo que
ocurre en cada lugar, pero no imaginamos en qué medida esas conexiones tejerían
entre nosotros vínculos que no se podrían desamarrar.
El coronavirus nos colocó ante un hecho: el problema de otra persona, allá muy
lejos, puede convertirse muy rápidamente en mi problema. “Todo el mundo está en
una misma barca”, acostumbraban a decir los jefes de Estado en los últimos años,
y repentinamente ese cliché sobre la dependencia mutua pasó a ser una realidad
tangible.
En definitiva, el coronavirus es semejante a un marcador que nos dibuja la red de
influencia recíproca que existe entre nosotros. La red, por supuesto había existido
también antes de la aparición del virus, excepto que no estábamos conscientes de
ella, o no le prestamos gran importancia en la rutina de nuestra vida.
“La dependencia mutua se aplica a todos”, dijo ya hace una década el Secretario
General de la OTAN, Javier Solana. "Piensen en los peligros del uso de la energía
nuclear, el peligro del enriquecimiento de armamento nuclear, la amenaza del terror, las influencias que conllevan la inestabilidad política, las implicaciones económicas
de las crisis de finanzas, las epidemias, estados repentinos de ansiedad, el cambio
climático. Nada está completamente aislado. Los problemas de otros son ahora
nuestros problemas. No podemos seguir observándolos con indiferencia, ni esperar
obtener un beneficio personal de ellos. Tenemos que aprender las nuevas reglas del
juego”.
Las leyes de la red en la cual vivimos comenzaron a cercarnos. El Ministerio de Salud
pasó a ser el legislador supremo y se establecieron nuevas reglas: primero se prohíbe
el contacto directo, después se ordena guardar una mínima distancia de dos metros,
el uso de máscaras y guantes, la cuarentena en caso de haber tenido contacto cercano
con un enfermo confirmado. A continuación, se va entrando gradualmente en un
cierre general.
A medida que pasaron los días y la cantidad de internados escaló, comienza a dispararse
la preocupación por un posible colapso del sistema de salud. No nos podemos permitir
ni siquiera imaginar dicha situación. Las circunstancias que nos llevaron a internalizar
que si actuamos con responsabilidad personal en garantía mutua, hay posibilidad
que logremos limitar la rápida propagación del virus. En los días de rutina, la garantía
mutua suena como otro eslogan pegado en la pared, igual que “ama a tu prójimo
como a ti mismo”, un valor que no obliga a nadie de hecho. Aunque en las unidades de
combate los guerreros están entrenados para mantener ese contacto para sobrevivir,
fuera del marco militar, la garantía mutua es vista como un ideal que quién sabe si
alguna vez el ser humano realmente logrará vivir de acuerdo a ella.
Y repentinamente, el coronavirus nos aclara a todos que la garantía mutua nos es un
par de palabras bellas: todos somos propensos a contagiarnos unos a otros, por lo
tanto, somos garantes uno de otro contra nuestra voluntad. Quieran o no, comprendan
o no, todo el que no se conduce con responsabilidad, afecta a todos a su alrededor,
creando reacciones en cadena y poniendo en peligro a todos infinitamente.
Cada persona identificada como portadora del virus se expone públicamente: su
trayectoria está descripta en la investigación epidemiológica, y todos tuvimos que
verificar si estuvimos en esos lugares al mismo tiempo. En el caso que sí, tuvimos
que aislarnos e informar a las autoridades. De ese modo el Corona otorgó una
responsabilidad personal a cada uno de nosotros, redefiniendo el concepto de garantía
mutua. La manera de propagación del virus nos ha enseñado que precisamente en la
era global el individuo tiene un poder tremendo, sea quien sea.Día a día, cuanto más
se profundizaba el cierre, cuando el mundo se detenía y las calles vacías eran vistas
desde las tristes ventanas, comenzaron a despertar las grandes preguntas: ¿Qué será?
¿De dónde nos cayó a nosotros este golpe? ¿Por qué lo merecemos?
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