Las dos casa de Israel

Las dos casa de Israel

Toraradio.co

martes, 11 de agosto de 2020

EL DÍA DESPUÉS DEL CORONAVIRUS

Dr. Michael Laitman

De la indiferencia al pánico

La era del coronavirus comenzó como un anuncio secundario de las distintas ediciones de noticias: en China comenzó la erupción del virus. Sentimos que China está lejos. Muy lejos. El tema no nos parece como algo que va a influenciar en nuestras vidas de forma tan dramática, y pasamos al próximo artículo. Inicialmente se solicitó a los que arriben del Lejano Oriente ingresar en aislamiento, luego se cancelaron los vuelos a Oriente y a otras regiones del mundo, y las personas que iban arribando de allá fueron obligadas a estar en cuarentena. Pero tampoco en esta fase sentimos que esto estaba relacionado con nosotros. La principal preocupación fue cuál sería el destino de todos los envíos de los productos que acostumbramos a adquirir de China. Era difícil digerir el hecho de que una epidemia en una región alejada de China pudiera golpear al umbral de nuestra puerta. Si bien hemos oído sobre conceptos como el “efecto mariposa”, que tratan sobre el hecho que si una mariposa mueve sus alas en un confín del mundo, puede crear repercusiones en otra zona, pero esto no era más que metáforas, una clase de filosofía. En la primera etapa, cuando aún no se tenía conocimiento de la magnitud de la catástrofe y la medida de propagación del virus, parte de las personas pensaba que eran acciones exageradas porque el virus no era más mortal que cualquier gripe. Las tasas de mortalidad eran relativamente bajas, y el coronavirus golpeó principalmente a poblaciones debilitadas. Por lo tanto, no estaba claro por qué había necesidad de limitar la libre circulación de toda la población. En la siguiente fase, la epidemia comenzó a aumentar su tasa de propagación, la cantidad de afectados creció, así como el número de fallecidos. El miedo y la incertidumbre generaron ansiedad y pánico. Muchos comenzaron a sentirse perdidos, a medida que la amenaza de encierro pasó a ser una realidad mundial en más y más países. La tendencia natural era preocuparse por nuestra supervivencia. Todos comenzaron a arrasar los supermercados, vaciar las estanterías y llenar los almacenes. Se terminó el stock de papel higiénico, los huevos pasaron a ser un artículo escaso. Paralelamente, las redes sociales se llenaron de bromas envueltas de pánico encubierto sobre el fin del mundo por venir. Comenzamos a desarrollar sospechas de toda persona a nuestro alrededor… tal vez no es tan estricto sobre las normas de prevención. ¿Dónde estuvo? ¿Qué tocó? ¿Es estricto con las normas de higiene? Si alguien estornudaba o tosía, pasaba a ser un peligro sanitario, un riesgo para la salud pública. Los dirigentes del Estado se encontraron realizando frenéticas discusiones día y noche, con el objetivo de evitar la propagación del virus sin causar una crisis económica. Las proporciones han cambiado, las disputas de ayer, las diferencias sociales e incluso la amenaza del terror iraní, han disminuido frente a las desgracias globales. Si antes nuestra indecisión era referente a qué auto comprar, adónde ir de vacaciones o qué zapatos de moda agregar a la colección que tenemos en casa, la nueva realidad nos planteó cómo procurar nuestras necesidades básicas. ¿Tendremos qué comer la semana próxima o cesarán los envíos? ¿Hasta cuándo podremos mantener nuestros empleos, en caso de que mejore nuestro destino y aún no nos hayan despedido? Y, ¿qué pasará si mañana no tenemos con qué pagar el supermercado, al propietario de la casa, a los bancos? .

Dependiendo uno del otro

Cuando nos miramos de costado vemos que el coronavirus ha revelado nuestra debilidad, iluminó nuestra insignificancia frente a la naturaleza grande y fuerte, que de repente abrió su boca gigante y nos obligó a contraernos en un rincón. Además, el coronavirus ha revelado cuán interconectados estamos, sólo que negativamente. ¿Cómo es que, por un apretón de manos, un contacto, o por permanecer en un espacio compartido, podemos contagiarnos uno a otro?; ¿cómo en un momento de falta de responsabilidad, mala fe o desdén de las directivas del Ministerio de Salud, cada uno puede causar que su entorno se infecte? En el siglo XXI nos acostumbramos a que es posible hablar con alguien del otro extremo del mundo, adquirir productos de ahí, volar y estar actualizados sobre lo que ocurre en cada lugar, pero no imaginamos en qué medida esas conexiones tejerían entre nosotros vínculos que no se podrían desamarrar. El coronavirus nos colocó ante un hecho: el problema de otra persona, allá muy lejos, puede convertirse muy rápidamente en mi problema. “Todo el mundo está en una misma barca”, acostumbraban a decir los jefes de Estado en los últimos años, y repentinamente ese cliché sobre la dependencia mutua pasó a ser una realidad tangible. En definitiva, el coronavirus es semejante a un marcador que nos dibuja la red de influencia recíproca que existe entre nosotros. La red, por supuesto había existido también antes de la aparición del virus, excepto que no estábamos conscientes de ella, o no le prestamos gran importancia en la rutina de nuestra vida. “La dependencia mutua se aplica a todos”, dijo ya hace una década el Secretario General de la OTAN, Javier Solana. "Piensen en los peligros del uso de la energía nuclear, el peligro del enriquecimiento de armamento nuclear, la amenaza del terror, las influencias que conllevan la inestabilidad política, las implicaciones económicas de las crisis de finanzas, las epidemias, estados repentinos de ansiedad, el cambio climático. Nada está completamente aislado. Los problemas de otros son ahora nuestros problemas. No podemos seguir observándolos con indiferencia, ni esperar obtener un beneficio personal de ellos. Tenemos que aprender las nuevas reglas del juego”. Las leyes de la red en la cual vivimos comenzaron a cercarnos. El Ministerio de Salud pasó a ser el legislador supremo y se establecieron nuevas reglas: primero se prohíbe el contacto directo, después se ordena guardar una mínima distancia de dos metros, el uso de máscaras y guantes, la cuarentena en caso de haber tenido contacto cercano con un enfermo confirmado. A continuación, se va entrando gradualmente en un cierre general. A medida que pasaron los días y la cantidad de internados escaló, comienza a dispararse la preocupación por un posible colapso del sistema de salud. No nos podemos permitir ni siquiera imaginar dicha situación. Las circunstancias que nos llevaron a internalizar que si actuamos con responsabilidad personal en garantía mutua, hay posibilidad que logremos limitar la rápida propagación del virus. En los días de rutina, la garantía mutua suena como otro eslogan pegado en la pared, igual que “ama a tu prójimo como a ti mismo”, un valor que no obliga a nadie de hecho. Aunque en las unidades de combate los guerreros están entrenados para mantener ese contacto para sobrevivir, fuera del marco militar, la garantía mutua es vista como un ideal que quién sabe si alguna vez el ser humano realmente logrará vivir de acuerdo a ella. Y repentinamente, el coronavirus nos aclara a todos que la garantía mutua nos es un par de palabras bellas: todos somos propensos a contagiarnos unos a otros, por lo tanto, somos garantes uno de otro contra nuestra voluntad. Quieran o no, comprendan o no, todo el que no se conduce con responsabilidad, afecta a todos a su alrededor, creando reacciones en cadena y poniendo en peligro a todos infinitamente. 
Cada persona identificada como portadora del virus se expone públicamente: su trayectoria está descripta en la investigación epidemiológica, y todos tuvimos que verificar si estuvimos en esos lugares al mismo tiempo. En el caso que sí, tuvimos que aislarnos e informar a las autoridades. De ese modo el Corona otorgó una responsabilidad personal a cada uno de nosotros, redefiniendo el concepto de garantía mutua. La manera de propagación del virus nos ha enseñado que precisamente en la era global el individuo tiene un poder tremendo, sea quien sea.Día a día, cuanto más se profundizaba el cierre, cuando el mundo se detenía y las calles vacías eran vistas desde las tristes ventanas, comenzaron a despertar las grandes preguntas: ¿Qué será? ¿De dónde nos cayó a nosotros este golpe? ¿Por qué lo merecemos? 

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